miércoles, 27 de octubre de 2010

COLUMNA 84

COLUMNA
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Hoy me publican en "El Mundo Cantabria" esta nueva columna, que trata sobre el rescate a los 33 mineros de la mina de San José.
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Mineros
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Cuanto más me asomo a ver lo que echan por la tele más presiento que vivimos dentro de un confuso reality show, más sensación tengo de vivir dentro de un vídeo musical o de un gran parque de atracciones. Es como si todo, nuestra vida y nuestra nada, se hubieran convertido ya irremisiblemente en su propia representación.
Han ganado la guerra; el espectáculo es hoy en día un chocolate espeso en el que todos mojamos sin saberlo. Éste se infiltra ya en cada tragedia personal, en cada situación concreta de nuestra claudicante vida.
Y puede que la mejor forma de evidenciar esta victoria, a modo de corolario, sea la retransmisión del rescate de los mineros atrapados en la mina de San José. En muchas ocasiones el espectáculo nos aturde tanto que terminamos por confundir realidad y exhibición. El caso es que al ver esas imágenes hollywoodienses del rescate me acordé de “Radio days”, la magistral película de Woody Allen que describe la poderosa influencia de la radio en la sociedad norteamericana de los años 40. En una de sus historias se retransmite minuto a minuto el infructuoso intento de rescate de una niña atrapada en un pozo. Todo el país al completo se paraliza durante el transcurso de esa emisión.
En el caso de los 33 mineros unos 1000 millones de personas siguieron por TV e Internet el rescate. En un primer momento pensé que se trataba de una versión sudamericana del Gran Hermano; el minero número 8 a su salida al exterior da un largo y emocionado abrazo a su pareja con la que prometió que se casaría; el número 21, a quien esperaban una esposa legal y su amante, es recibido por la segunda con un beso y un abrazo, un letrero al pie de las imágenes reza: “Electricista. Casado. Dos mujeres reclaman ser su pareja”; a otro que había sido futbolista lo lanzan un balón firmado por no sé quién y éste lo chuta antes de abrazar a su hija... El presidente recibiéndolos a todos como un San Pedro sonriente que les abriera las mismísimas puertas del cielo. Y todo ello iluminado por un ejército de focos potentísimos.
Ya se ha dicho que tras ese infierno a todos ellos los espera otro tipo de infierno. Pero al margen de que decidan embarrarse en el chocolate televisivo y en la prensa rosa, es evidente que la realidad no está ya en ninguna parte, que todo es absorbido por su propio simulacro y que accidentes mineros seguirán siendo tantos como empresarios mineros sin escrúpulos.

Vicente Gutiérrez

lunes, 18 de octubre de 2010